“El Alcalde no tiene buseta”
Un
jueves, ocho de agosto, salía normalmente de mis actividades académicas con las
ansias de llegar a mi habitación, recostarme y olvidarme un poco de los 31
grados centígrados que hacía en Santa Marta a eso de las once y media de la
mañana, y aunque con su cielo nublado que tapaba en gran medida los matadores y
a veces deliciosos rayos del sol, el calor y la humedad no disminuían.
Clima
que muchas veces me pone a pensar si ese famoso dicho que dice: “pueblo chico,
infierno grande”, es realmente por el chismorreo entre sus habitantes o por las
altas temperaturas que azotan y hacen tan única la ciudad dos veces santa.
Camino
y llego al lugar donde, por lo general, cojo el transporte urbano público de
esta mágica ciudad, más conocido como: La buseta; que a decir verdad, esta por
debajo para esta capital
turística.
Mientras
voy camino a mi hogar, en ese recorrido extenuante donde pasas dos veces por el
mismo lugar, se van subiendo y subiendo personas que quizá nunca en mi vida
había visto, y si lo he hecho, mi corteza perirrinal no esta funcionando muy
bien que digamos.
Sí,
muchísimas caras desconocidas que me mostraban y recreaban en mí, miles de historias;
me imaginaba sus vidas, sus sentimientos e inclusive, lograba saborear en
cierta medida sus estados de ánimo.
Tres
días antes de este, me enteré por las redes sociales el alza del valor del
transporte público, antes todos los días, incluyendo festivos, en cualquier
buseta y para todo tipo de persona, sin importar si era estudiante o si hacía
parte de la población activamente económica, el pasaje costaba mil doscientos
pesos ($1.200).
Ahora,
el pasaje cuesta mil cuatrocientos pesos ($1.400) todos los días, excepto
festivos y domingos; los domingos y festivos, el valor es
de mil quinientos pesos ($1.500).
En
medio de ese jueves tan caluroso y bochornoso a la vez, lo menos que se le
puede pasar por la cabeza a alguien es iniciar una discusión, o por lo menos,
eso pensaba yo.
Sillas
un poco incomodas, de cuero sintético que hace que el cuerpo bote segundo a
segundo, miles de gotas de sudor; dentro de la buseta, miras a tu alrededor y
observas camisetas mojadas, jeans pegados al cuerpo, las mujeres con el pelo
pegado al rostro y, en ocasiones, los pasajeros parecen hasta recién acabaditos
de bañar.
Se
subía y bajaba gente, pero más era la que subía que la que bajaba. Como es
normal el que va del lado de la ventana no despega su vista de ella y el que va
al lado queda con la mirada perdida sin saber que mirar, a menos de que hable
con su compañero de puesto, que aunque no se conozcan, aquí es normal ir
hablando de la mala situación en diferentes contextos –política y educación,
más que todo- que puede estar atravesando la ciudad.
Y
sí, yo era de las personas que iba con la mirada perdida, por lo tanto, me
fijaba más en los pequeños detalles que sucedían poco a poco en mi larga y a la
vez corta estadía en la buseta.
Al cabo
de veinte minutos aproximadamente, se sube una estudiante, no sé de qué
institución, ni mucho menos en qué grado, pero sí seguramente ya casi iba a
finalizar su ciclo escolar. Me doy cuenta que es estudiante porque mientras
unos aplican la ley otros solo lo hacen cuando les conviene.
La
joven al subirse paga como es reglamentario, los mil pesos correspondientes,
cuando al lado derecho de la silla de adelante en la que iba se asoma un rostro
que muestra su existencia desde tiempos antaños por sus marcas de adolescencia
y vejez, en medio de sus ojos rojos, mirada de ira y voz gruesa, expresa:
- --- Oiga
niñita, por lo menos deme los 200 pesitos, o sabe qué, mejor bájese que así no
me sirve.
En
lo que la niña, extrañada y con miedo a la vez responde:
-- Señor,
pero si yo soy estudiante.
En
medio de la voz temblorosa de la joven y el enojo del hombre, todos se empiezan
a mirar el rostro, y el conductor responde:
- --- Pero usted es estudiante de universidad
En
eso la jovencita saca su carnet estudiantil, mientras que con voz sumisa le decía
que no tenía más dinero que darle, insistiéndole que por favor, no la fuera a
bajar, a las que con un no, respondió cada momento el conductor.
Ahora
la ira no era solo del conductor sino de todos los pasajeros, lo que causa una
conmoción silenciosa e incomodidad entre todos, a lo que un muchacho que no
pasaba los 21 años de edad, le da una moneda de doscientos a la joven para que
no se tenga que bajar y seguir en la agonía de la ruta.
Como
a unos veinte kilómetros, de tiempo: un minuto por cada uno, para no decir
segundos, se sube un anciano con el reflejo de muchos años de experiencias y
vivencias en su cabellera, y un bastón para poder apoyarse y no caer por la
deficiencia de su pierna izquierda.
Al
anciano lo llamaré: el hombre sabio. Este hombre sabio que sinceramente no
podía como popularmente se dice: ni con su alma, le paga mil pesos. En ese
momento se crea la atmosfera de un déjà vu, una vez más: se asoma un rostro que
muestra su existencia desde tiempos antaños por sus marcas de adolescencia y
vejez, en medio de sus ojos rojos, mirada de ira y voz gruesa, dice:
- --- Lo
siento mucho viejo pero le faltan los cuatrocientos pesos, si no los tiene…
mire, mejor bájese.
Cuando
mencionaba palabra por palabra no sé a quién se le iba calentado más la sangre:
si a mí, a las personas que tenía a mis lados, al conductor o a los que también
presenciaban la situación. En ese instante pensé: ¿para qué discutir con tanto
calor? Saqué de mi bolsillo cuatrocientos pesos y se los ofrecí al hombre
sabio, que sin duda, en su mirada reflejaba sentimientos encontrados: rabia y
tristeza; mejor ayudar que pelear ¿no?
En
medio de tanta tensión, el joven que le dio los doscientos pesos a la muchacha,
la estudiante, a esa que también iba a bajar, y al cual llamaré: cultura
ciudadana, le dice al conductor:
- --- Oiga,
pero si a la niña le cobró los doscientos
Lo
más sorprendente y lo que más se marcó en mi cabeza fueron las respuestas que
dio, de aquí en adelante, cuando los demás pasajeros empezaron a mostrarle su
incomodidad con lo sucedido:
- --- Vayan
a reclamarle al Alcalde.
Cuando
cultura ciudadana le responde:
-
- --No
sea tan sínico.
Pero
no sé si lo más sínico, real, chistoso, estúpido e injustificable a la vez fue
la respuesta del conductor al decir:
- --- Es
que el Alcalde no tiene buseta, déjense de tanta quejadera.
No
sé si se llegó al límite de la ironía o si es que la ironía no tiene límites,
pero algo si esta claro: que el que más se queja es el que manda a los demás a
que se dejen de quejar. Como dicen por ahí: el burro, hablando de orejas.
Eso
pensaba mientras seguía la discusión, cuando me salgo de mi mente y vuelvo a
esa triste realidad solo escucho a cultura ciudadana decir:
- --- Devuélvale
entonces los doscientos a la niña, que por ser de colegio tenía que pagar solo
los mil pesos, o dele los doscientos al señor – el hombre sabio- y cóbrele los
mil doscientos correspondientes, no sea usted tan ratero.
Palabras
que motivaron a los demás pasajeros a no quedarse callados, tanto que hasta
vividor le dijeron al pobre, que de pobre, no tiene nada, solo la falta de
humanidad en su ser.
En
medio de tanta cosa y la sangre demasiado calentada, que ya me imagino como corría
de arriba abajo en el cuerpo de ese joven, sí, de cultura ciudadana cuando
decía:
- --- Qué
horror ¡NOJODA! Son tan descarados que cobran mil cuatrocientos, con las
porquerías de busetas que tienen, ni para decir que vale la pena por un buen
servicio.
Mientras
todos afirmaban lo que cultura ciudadana decía, la cara del conductor parecía a
punto de reventar.
En
medio de su enojo el conductor dice:
- --- Ustedes
no saben las necesidades que tiene la gente
Pero
creo que se encontró con una respuesta inesperada
- --- Si
usted la sabe, con más razón debería dejar de comportarse como un avaro,
aprovechándose de la gente, dice el hombre sabio.
Al
final de la discusión donde no habíamos recorrido muy bien cincuenta kilómetros
con los 31ºC, se monta otra pasajera, no tenía menos de 70 años y le entrega al
conductor un billete de esos que tienen la cara del Gral. Santander, y para
colmo, la buseta no llevaba un solo asiento vacío.
Le
cobra a la señora que llamaré vida, mil cuatrocientos pesos, lo sé, porque vida
cuando recibe su cambio le dice: señor, faltan doscientos en los vueltos,
mientras esto pasa: cultura ciudadana, le ofrece su puesto a vida.
Cuando
el conductor escucha a vida, una vez más: se asoma un rostro que muestra su
existencia desde tiempos antaños por sus marcas de adolescencia y vejez, en
medio de sus ojos rojos, mirada de ira y voz gruesa, responde:
- --- Mire
vieja, entonces bájese.
A
todos se nos “espepitaron” los ojos, sí, así se dice en la costa cuando las
personas en medio del asombro, el enojo u otra situación abren mucho sus ojos o
cualquier otra cosa.
En
eso vida le responde:
- --- Mire
señor, no sé porque estará bravo, pero yo necesito mis vueltos completos, yo no
tengo más, vea que después no tengo con que devolverme, no sea así.
Cabe
aclarar que con la forma en que se lo dijo, yo le hubiese dado hasta el último
centavo, cosa que no solo pensé yo, sino también mi vecina, sí, esa que iba al
ladito mío cuchicheando la situación y quejándose en voz baja. Y a pesar de
eso, no le devolvió los doscientos que le hacían falta, acción a la que le
responde vida:
- ---Yo
no voy a pelear con usted, que Dios lo bendiga y se lo multiplique señor.
Cuando
me asomo por la ventana de mi vecina, me doy cuenta que estoy cerca de mi lugar
de llegada, pero decidí bajarme antes, en ese instante. Pedí la parada, la
buseta o el conductor dio un freno bastante brusco, me bajo y mientras caminaba
pensaba hasta qué punto somos capaces de llegar por el dinero, o cómo sería el
mundo sin él, o mejor aún, si el Alcalde tuviera buseta como sería, o si la
ciudad no tuviera Alcalde independientemente de si sea bueno o malo cómo sería,
qué pasaría, ¿por qué nos arrimamos siempre al árbol que más sombra de?
Sabrá
Dios de la suerte de ese conductor, de cultura ciudadana, de la estudiante, del
hombre sabio y hasta de vida, si habrá podido regresar o no con los vueltos que
le entregó, si un conductor con nobleza y ayuda le colaboró con sus vuelticas,
o como dicen aquí: si la arrastro hasta donde ella necesitaba llegar, o si
cultura ciudadana le dio el restante para completar su pasaje como hizo con la
estudiante.
En
fin, lo único que sé es que somos más necesidad que humanidad, si fuéramos más
humanidad que necesidad, la necesidad, sin duda, ya no existiría.
¡Mil
gracias! a ese jueves, por esa gran lección.
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